Hay una estadística insoslayable: en verano se lee más. Hay más tiempo, usualmente estamos en vacaciones, pasaron las Fiestas y nos han regalado libros, hemos regalado libros y seguramente compramos alguno para nosotros; incluso si nos quedamos en nuestras residencias habituales el mundo tiende a estar más calmo.
Como si fuera poco, casi a diario a algún medio se le ocurre hacer su lista de recomendados para estos tiempos, lo que nos incentiva a buscar esos títulos y sumarnos al intercambio con nuestros pares que, finalmente, “tienen tiempo para leer”.
Al mismo tiempo, se da otra variable: da la impresión de que las “lecturas de verano” son más livianas. De esto, se puede entender que, a fin de cuentas, cuando se lee, se lee “liviano”. ¿Cuándo entonces es el momento de leer otra literatura? Tal vez ese momento sea meramente intelectual, permanezca solo en el espacio del deseo, en ese lugar del espejo donde nos miramos como una posibilidad siempre presente y postergada.
Preguntémonos entonces qué es “lectura liviana” —utilizo este concepto porque es uno que escucho muy, muy a menudo— y cuál sería la otra. Lolita vendió millones de ejemplares y es una obra maestra, un libro largo para llevar a la playa y pasar horas, y ni hablar Poderes terrenales, de Burgess —que está muy difícil de conseguir—, adictivo como —estimo que será— un libro de Dan Brown; cualquier libro de Joseph Roth se lee de un tirón —puede comenzar por La marcha Radetzki, aunque cualquiera estará bien— e Italo Calvino soporta hasta el viento de la costa argentina. Todos estos son autores fabulosos y entender una página de ellos está lejos de pedir el trabajo de leer a Hegel. ¿Ha leído El desierto y su semilla, de Baron Biza? Hágalo si no, sin dudarlo. Una oportunidad para pensar en la literatura nacional contemporánea: puede ser el verano el momento ideal para probar el genial absurdo de Pablo Katchadjian, un libro de Pauls, Aira, Guebel —El hijo judío es una obra brillantísima e inolvidable que se lee en dos sentadas mientras los niños arman personajes de Fortnite en la arena—, Ronsino o los cuentos de Florencia Abbate, Felices hasta que amanezca.
Cuentos, exacto, esa es la otra opción para quienes tienen problemas de tiempo o concentración a largo plazo. Las compilaciones de Maxi Tomas, Cuentos breves para leer en el colectivo, en dos tomos, son impecables y en diez minutos se lee cualquiera de los relatos que componen estos libros; ¿le gusta el humor inglés? Saki, por ejemplo; ¿un clásico moderno? O’ Henry, insoslayable; Askildsen, Fogwill, Akutagawa.
Tal vez sea un buen momento para leer japoneses y conocer otra cultura: Tanizaki, Ogai, Abe o cualquier libro editado por Satori —spoiler: son caros—. ¿Clásicos? Dostoievski se leía por entregas, Tolstoi fue un best seller, lo mismo que Madame Bovary. ¿Ha intentado usted con las novelas supercortas de Duras? ¿Con Camus o Kazantzakis? El extranjero, La peste, La caída; Cristo de nuevo crucificado, El pobre de Asís, Zorba, el griego. ¿Le gustan los policiales? Mi ángel tiene alas negras, de Elliot Chaze. Y por qué no intentar con Max Frisch.
Quede bien: que lo vean con un libro de Borges en la mano, lo tomarán en serio. Mucho más incluso si lleva un libro de algún escritor ignoto.
Sin plan, pienso rápido como si tuviera segundos para convencer a alguien de que no salte por la baranda. Leer es muy placentero, solo pide, para quien no lleva la costumbre, contener el impulso de querer pararse a los diez minutos; luego, sale solo. Por lo demás, si regalar libros siempre está bien visto, no habría por no qué pensar que mejor lo está leerlos.
Pero volvamos, no pretendo hacer una lista de autores para todo tipo de lector, sino pensar por qué creemos que un autor con aspiraciones literarias es necesariamente un desafío, algo alejado del espacio de ocio que sugiere el verano y el reposo en general, mucho menos algo antitético con esta imagen. Preguntémonos qué nos descansa ¿Apagar la cabeza nos descansa? ¿Leer algo que se explica en todo momento nos descansa? Tengo una tesis personal al respecto: nos descansa activar lo que está dormido —y a muchos nos enerva que nos traten como lectores memos que necesitan que les dejen todo claro en todo momento: no hay arte sin ambigüedad—. Es más, ¿no nos descansa el dilema, tener que activarnos en opciones? Una literatura que nos anquilosa el cerebro y el espíritu no debería ser una opción de relajación sino de tristeza. Así como el ejercicio físico mejora el cuerpo y la mente de quien lo practica, el lector debe ser partícipe del relato, debe completarlo, para que entonces la magia ocurra.
La moda de la idiotez —una derrota social contemporánea— es una moda cómoda, asumámoslo. Podemos entre todos convenir en que está bien así, reírnos de que miramos novelas pavas y comentar sin pudor que si todos estamos en lo mismo algo estaremos haciendo bien. Pero la duda está, siempre; si no, no resultaría tan usual que la gente responda que lee menos que lo que le gustaría frente a cualquier pregunta relacionada con el tema —haga la prueba, pregúntele a alguien si lee o si está conforme con cuanto lee, más aún en gente que pretende interesarse en la materia—. Novela, ensayo, cuentos, teatro, poesía, para todos hay algo, y merece el intento de hacer el esfuerzo, como comer sano o hacer ejercicio.
Acá no hay una lista sino una idea. Búsquese un buen librero —o un buen amigo, o mande a un mail a contacto@engerundio.com— y que lo acompañe, que lo siga, que le prescriba, pero sobre todo búsquese a usted mismo, porque seguro tiene un pedazo del espejo entre varios libros y autores, algo que, por suerte, no ocurre cuando “lee para no pensar
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