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Foto del escritorJuan Gonzalez del Solar

Oraciones cortas.

Un consejo. Una idea. Un concepto. Falso.




Hay una sentencia muy usual que dice que «para escribir bien hay que utilizar oraciones cortas»; así de preciso se escucha, así de difícil para asimilar. Seguramente haya aparecido en algún decálogo, tal vez haya alguien que comentó algo al respecto y de esta manera, lentamente, se convirtió en un consejo que fue afirmándose con el uso. Puede haber muchas respuestas, pero lo primero que debe ser dicho es que no tiene ningún valor una sentencia de este tipo, como no la tendría ninguna análoga, ninguna que comience con el presupuesto que «escribir bien es» y siga con una fórmula. Escribir bien es algo difícil de definir, pero tal vez pase por contar con las mejores herramientas aquello que se quiere contar —y a quienes se les quiere contar—: es decir, contar nuestra subjetividad con la mejor objetividad posible.


Las narraciones tienden al movimiento, y sin embargo las oraciones cortas existen con su aire impuesto y artificial

El caso con las oraciones cortas es muy peculiar justamente porque dan por tierra con lo que —da la impresión de que— se persigue: la particularización. Por ejemplo, si una descripción tiene cinco elementos y necesitamos contarlos como una unidad, resulta muy probable que este texto necesite de una oración para contar todo, con su ritmo interno, con su cohesión íntima, y no de cinco oraciones torpes que tropiecen entre sí sin dejarnos claro dónde poner el ojo. Por el contrario, usaríamos cinco oraciones si pretendiéramos que el lector se detuviera en cada elemento, en el caso que cada uno tiene una entidad análoga.

Las narraciones tienden al movimiento, y sin embargo las oraciones cortas existen con su aire impuesto y artificial. Y proliferan. Seguramente porque creen vendernos el truco. Mientras tanto, en ese devenir atascado como un piso de bastón roto, construyen narraciones interrumpidas que dificultan el avance de la narración y la concentración del lector.


Para resolver esto, la respuesta de siempre: leer en voz alta, escucharse, salir de todo consejo que nos aleje de nosotros mismos, de toda moda que nos aleje de nuestro texto, del que queremos escribir verdaderamente, del que escuchamos. Podremos convencer a alguno, podrá parecer que funciona, pero es ilusorio, porque jamás escribimos de afuera hacia dentro.


Y otra más: no hay que confiar en máximas. Se pueden leer consejos para afinar la propia escritura, pero no para construirla.

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