A esta altura está muy claro: nos quedamos en casa y leer se ofrece como una de las mejores opciones. También escribir, desde ya, pero la escritura llega sola, no se fuerza, y cuanto más se lee más —y mejor— se quiere escribir.
Pero qué ocurre con el agotamiento, con el fin de la paciencia, de las ganas de estar sentado o acostado con el libro; o qué ocurre con la gente que no está acostumbrada, a quienes les cuesta la lectura, por las razones que fueran, como es el caso de los más chicos.
El universo de posibilidades que propone esta breve nota no tiene que ver con «cerrar las puertas de casa y abrir las ventanas de la imaginación», sino con algo mucho más pragmático: los audiolibros. Y a más: los textos disponibles en YouTube. No hay que suscribirse, no hay que tener una aplicación especial, no se requiere más que, en vez de buscar el video del artista querido, se ponga, por ejemplo «cuentos de…», y ahí estarán casi todos. ¿Nunca tuviste el tiempo, las ganas o la paciencia de leer a Borges? Ahí están sus cuentos, y varios de sus poemas leídos por él mismo. ¿Algún autor que escuchaste mencionar cien veces y nunca leíste nada? Ahí va a estar, y lo mismo con los otros, con los que te puedan recomendar, con aquellos que alguna vez leíste y olvidaste.
En el caso de los chicos, las oportunidades son, como todo padre sabe, infinitas. Pero qué tal si, en vez de ponerles dibujitos animados —en caso de que esta sea la opción, les contamos que en Netflix están disponibles varias de las películas de Hayao Miyazaki y del Estudio Ghibli: imperdibles para todos—, les ponemos cuentos leídos de María Elena Walsh, Elsa Bornemann, Wilde o Tolstoi, por citar solo algunos autores imprescindibles que también se ocuparon de los más chicos.
Podríamos ofrecerles infinitas opciones, como saben, pero la mejor recomendación irá por invitarlos a buscar, incluso podrían googlear listas de «los mejores cuentos» en miles de formas. Ahora, si insisten, sumemos a los anteriores algunos nombres: los cuentos de Jack London —solo por citar a un autor de largo aliento—, o los cuentos de Saki, breves, lúdicos y perfectos; «Un hombre bueno es difícil de encontrar», de la ya mencionada Flannery O’Connor; «Donde el fuego nunca se apaga», de May Sinclair; «El cuento más hermoso del mundo», de Rudyard Kypling —de quien podríamos poner la playlist completa—. O, bueno, desde ya: Borges, Bioy Casares, Ocampo, Cortázar, Onetti, y una lista interminable. No se puede dejar pasar la oportunidad de leer —o escuchar, en este caso— «Bartleby, el escribiente», de Melville, «Bola de sebo», de Maupassant, o cuentos de Cheever y Salinger, entre miles de otros.
Teníamos la fantasía de no poner nombres, pero ustedes ya saben. Es más, permítannos sumar a un autor: Dino Buzzati, que escribió la insoslayable novela «El desierto de los tártaros» —la cual está leída entera—. Hablamos de cuentos, pero también están las novelas, y por qué no ponernos a escuchar por horas y horas, día a día, aquella novela de Dostoievski que venimos postergando; tal vez, se pueda empezar por una corta, «El viejo y el mar», de Hemingway. Luego, claro, decenas de textos sublimes, incluso no pertenecientes a los géneros de la ficción.
Podemos escuchar cuentos mientras limpiamos la casa, mientras hacemos trabajos manuales, acostados con los ojos cerrados mientras esperamos que el tiempo transcurra; y qué decir para aquellos que pasan horas en rutas. Como antecedente, qué mejor que el de las torcedoras de tabaco en Cuba, quienes desde hace ciento cincuenta años realizan su labor artesanal con el acompañamiento de lectores profesionales; por si quedaba alguna duda: sí, por eso es que algunas marcas de habanos llevan los nombres de grandes obras de la literatura universal, tal vez sea el mejor momento para escuchar «Romeo y Julieta» o «El conde de Montecristo».
Nota: Les ofrecemos solo algunos hipervínculos a modo de invitación. Lo cierto es que no tendrán problema en encontrar ninguno de los textos arriba citados por su cuenta. ¡Buena escucha!
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