
Basta decir que uno escribe —ya ni hablar si cuenta que edita— para escuchar… la frase… sí, esa… «Si yo te contara…».
Y de ahí lo que sigue, «si te contara mi historia», «lo que escuché», «mi vida…», etcétera, con un cierre invariable: «Sería un best seller, te hacés rico». Rico, invariablemente, porque va libro, película, serie y, por qué no, videojuego.
Ahí uno le dice que bueno, que en fin, que no es tan lineal, incluso que eso mismo lo escuchó veinte veces antes… Pero no, no hay forma, ellos sí tienen la historia, ellos sí, «vos no sabés las cosas que vi acá yo». Por lo general advierten que ya lo harán, que ganas no les faltan, y entonces con mirada cómplice, cuando no condescendiente, te dicen que ya van a llamar y que nos haremos ricos juntos.
Esta pequeña humorada —que tiende a ser más larga y a repetirse— no pretende ridiculizar a nadie —a fin de cuentas, todos en algún momento creemos que poseemos algo único—, sino que pretende hablar de otra cosa, de la historia, de su importancia, de su trascendencia.
Para ello, algunas ideas:
1. La historia es importante —vaya obviedad—. Es más, a veces es fundamental: una buena historia puede incluso sostener una escritura defectuosa. Y acá les comparto una anécdota personal:
Hace unos meses, se me encargó un informe de lectura. El libro tenía muchos problemas de redacción, pero la historia y la estructura estaban brillantemente pensadas.
Elaboré el informe y, mediante ejemplos, intenté dar cuenta de por qué consideraba, entre tanto, que la novela padecía de «elefantiasis narrativa», pero sin dejar de señalar las muchas virtudes del texto. Luego de unos meses, el autor me contactó y trabajamos juntos la edición del texto, que resultó en una excelente novela: la historia lo merecía.
2. La historia sola tiende a ser casi nada. Salvo en un libro de chismes, e incluso en ese caso habría que ver, lo que se cuenta solo sirve de escenario para la forma. ¿Han leído «Stoner», megaéxito de John Williams? ¿De qué habla? Cuenta una historia anodina, sobre un ser anodino, de manera hipnótica. ¿De qué hablan las brillantes novelas de Tabarovski? ¿De un perro, de una hoja que cae, de un tipo que mira a un periodista?
3. Todos conocemos historias novelables. Claro que hay casos más elocuentes, que hay quienes han sido testigos de eventos únicos y su relato resulta incomparable, pero todos hemos vivido historias únicas, todos hemos visto cosas que merecen ser contadas, y no hay persona que no tenga la riqueza de una historia única en su biografía —con excepción de Eddy di Vulba, claro—.
4. Pero no hay historia novelable sin mirada artística. Algo ocurre, el árbol cae en medio del bosque, pero, se escuche o no, no le importa a nadie.
La respuesta, entonces pasa por explicar que si me contaras tu historia lo más probable es que no pueda hacer nada con ella como no sea que la haga propia, que encuentre la razón para contarla, y esa razón va mucho —mucho— más allá de la trama. Cuando la cuente, en todo caso, hablaré de otra cosa, contaré invariablemente otro ángulo del espejo, y solo de esa manera tal vez pueda lograr hacer algo interesante con ello.
Del mismo modo, si vos —persona que «ya va a escribir su historia» pero que aún no lee ni escribe en esos términos— la escribieras, tal vez no lograrías conmover a nadie, aun cuando manejes información invaluable. Escribir, no es necesario aclararlo, es infinitamente más que enumerar acontecimientos.
Aun así te sugiero que lo hagas, que lo intentes, que comiences, para ver desde ahí por qué la querés escribir, qué es lo que quiere contarte más allá de esas acciones que hoy te resultan la razón para pensar en hacerlo.
No te mueve lo que viste, no es en sí el relato, sino todo aquello que te provocó, cómo eso se tradujo, se hizo realidad en vos.
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