Quiero contar algo a alguien; ahora, cómo. Más particularmente, desde dónde, quién va a contar; utilicemos una metáfora bien obvia y literal: tengo un blanco (el tema); un medio para llegar a él, el arco (el receptor); y un sujeto que elije dónde se asienta para disparar el arco (el narrador). Esta metáfora es, obviamente, muy perfectible y llena de matices, pero funciona, para que lo veamos de manera explícita, gráfica, para que veamos lo simple que resulta esto de ser comprendido, y luego lo difícil que resulta llevarlo a cabo.
Construir al narrador es una de las cuestiones más fundamentales —como resulta obvio dado que se encuentra en esta enumeración— a la hora de concebir un relato, es absolutamente clave: el narrador elige un tono y, desde ahí, habilita mecanismos y licencias, limita opciones, direcciona al lector, orienta el relato, mantiene el pulso de la narración, organiza los tiempos, todo pasa por el narrador. Un narrador débil —y por débil entendemos mal construido, desparejo, sin una voz precisa— se pierde, desorienta, traiciona al relato, cuenta lo que no corresponde y omite lo que no debe, y todo esto le cae al lector como bambú entre las uñas. El narrador siempre tiene un punto de vista: puede estar o no dentro del relato, puede estar más o menos manifiesto, pero, desde el momento en que elije contar, tiene una motivación y una cosmovisión que le hacen ver esa historia de cierta manera, elegir ciertos elementos sobre otros, entre tantísimas variables que podrían mencionarse acá. Puede, desde ya, haber diferentes narradores, puede estar casi desaparecido e incluso ser un tramposo con el relato, pero es en estos casos donde el escritor debe ser más consciente aún de su narrador para que no caiga en trampas que no puedan sostenerse literariamente.
No es este el espacio para hablar de los distintos narradores, pero sí debe quedar algo claro: se tiene que tener absoluto conocimiento de quién o quiénes son los que narran, incluso más que de la historia —con todos sus elementos—, de la cual se pueden carecer de datos. Del mismo modo, valga una aclaración fundamental en relación con el narrador omnisciente: aun sabiendo todo, no cuenta todo, y justamente con ese recorte habla, cuenta, al elegir qué de todo va a dejarnos saber.
Por último, una aclaración acerca de una confusión poco usual pero que aparece: el narrador no es el escritor. El escritor es una persona que escribe, que puede verse a sí misma de una manera más o menos ficcional —variable que debería, en todo caso, tratar con el psicólogo—, pero que se sienta a escribir una historia; el narrador es, siempre, incluso cuando parece imperceptible, una construcción del escritor, aun cuando narra en primera persona y no omite ningún dato de su realidad.
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